Jean-Claude Meilheureux

Jean-Claude Meilheureux se interesó por el dibujo muy joven, mucho antes de dedicarse a la pintura. Puede presumir de haberse nutrido de las obras maestras de los grandes artistas que ha estudiado en los museos, desde los temas rústicos de Jean-François Millet hasta el realismo abrupto de Gustave Courbet, pasando por el preimpresionismo de Turner. El resultado es una obra original, caracterizada por un espíritu de independencia muy marcado y un estilo bien definido. Revela una inclinación por el arte del paisaje, así como por el género del retrato, en el que disfruta yendo más allá de los meros rasgos para reproducir la psicología de sus sujetos.

Siguiendo el ejemplo de Camille Corot y de la escuela de pintores de Barbizon, Jean-Claude Meilheureux capta con gran precisión la delicadeza de los paisajes bucólicos y los bosques en cuadros que parecen reminiscencias lejanas de los maestros holandeses del siglo XVII. Sin bocetos previos, pinta la evanescencia de los elementos con pinceladas fluidas, una paleta convincente y estudiados efectos de luz y sombra. Los matices que emplea son sutiles, y el tratamiento atmosférico, perfecto. Pero lo que más llama la atención es su capacidad para extraer la belleza por excelencia de la naturaleza y las emociones que inspira. Ya sea pintando in situ o a partir de una foto, asimila las escenas pastorales más sencillas y las capta intuitivamente, para luego realizar nada menos que una transformación de sus visiones, transmitiéndolas en paisajes idealizados, casi líricos. Esta abundancia poética se intensifica cuando los lienzos arden con los efectos de la luz del sol.

En sus creaciones más recientes, la inspiración de Jean-Claude Meilheureux parece elevarse al reinventar paisajes enterrados en lo más profundo de su memoria. Estos recuerdos se yuxtaponen y se recomponen hábilmente para transmitir visiones oníricas de nieblas y efectos de luz dignos de William Turner.